Por: Julio Garazatúa Vela.(*)
Restablecer el orden y la
seguridad ciudadana gravemente alterada por el crecimiento de la delincuencia
en el país, todavía es una promesa de Estado. Son tantas las veces que se han
implementado medidas y estrategias anticrimen sin alcanzar las metas propuestas,
que estamos aprendiendo a convivir con
la violencia y el desorden. Lo único que sabemos de las medidas adoptadas son,
por un lado las estadísticas optimistas del ejecutivo, y por el otro, las
encuestas pesimistas de las empresas “especializadas” en el tema. Los
noticieros matutinos y nocturnos nos informan diariamente sobre violencia y
muerte en todas las formas y estilos; por ende, cada día crece el temor y la angustia,
pensando cuando nos tocara a nosotros. Mientras tanto, las instituciones del
Estado continúan poniéndose de acuerdo, en cómo detener el desborde de la
violencia y el delito.
El periodista británico Ioan
Grillo en su obra “El Narco-En el corazón de la insurgencia criminal mexicana”,
hace un testimonio crudo de la violencia criminal que vive México. Expone la
anatomía del sicariato y del negocio de las drogas, a través de un análisis
profundo del problema, buscando sentido
al conflicto y soluciones a largo plazo. Refiere que lo que pasa México
no es un asunto de mafias, sino de “insurgencia criminal”, entendiéndose esta, como la existencia de grupos o bandas
armadas que usan tácticas de guerrilla, pero sin ideología, sin un programa,
tan solo intereses comerciales o criminales. Sin embargo, los políticos no se
atreven a tratar el problema por su nombre, porque proyecta una mala imagen al
exterior que repercute en las inversiones económicas y en el control político-social
del país.
Lo arriba descrito, guarda una
ligera similitud con la problemática criminal que actualmente estamos
afrontando en el Perú. Algunos hechos demuestran esta aseveración, por ejemplo:
el narco-terrorismo en el VRAEM lleva
varios años sin solución, a pesar del
esfuerzo de las Fuerzas del Orden y de
los ingentes medios logísticos empleados, el Estado aun no es capaz de
implementar una estrategia multisectorial efectiva para erradicar este tipo de conflictos. El
crecimiento de la delincuencia común y del crimen organizado, siendo sus
manifestaciones más severas la extorsión, el sicariato, el narcotráfico, los marcas, el
pandillaje, los robos a domicilio, etc.; cuyas características principales son
el uso de armas de fuego y la violencia extrema. El narcotráfico, que se ha
enquistado en la sociedad y corrompe todos los estratos sociales sin
distinción, desde los funcionarios públicos y empresarios, hasta los vendedores
de ketes. La corrupción generalizada, desde las denominadas “coimas” hasta el tráfico
de influencias, que corroe las instituciones del Estado. La impunidad, como
recurso del poderoso o del político influyente, que deteriora aun más el concepto
de “justicia” en el país; entre otros.
Ahora bien, debemos aceptar que
los gobiernos de turno han fracasado en la lucha contra la criminalidad; el
país de hoy, es más inseguro que el de hace unos años. Al parecer, este fracaso
se debe a muchos factores, entre ellos: el Estado continúa siendo lento, burocrático
y sin presencia efectiva en muchos ámbitos regionales; además se muestra
fragmentado, con instituciones que se enfrentan entre ellas , dejando entrever
que no todos tienen la misma lectura del verdadero problema de la criminalidad
que afecta al país. Las instituciones públicas son percibidas como anacrónicas
e inviables, para atender con prontitud
y eficiencia los álgidos problemas de la sociedad actual, tal es así, que las
encuestas de opinión consideran a los órganos de seguridad, justicia, congreso
de la república y a la mayoría de los ministerios, como inoperantes y corruptos,
con un bajo índice de aceptación y confianza. Entonces ¿cómo enfrentar con
éxito el problema de la criminalidad en estas condiciones?.
Sugiero en primer lugar, cambiar
la percepción de parálisis institucional del Estado frente al crimen organizado, para ello
no existen recetas mágicas, solo sugerencias bien intencionadas, tales como: el
gobierno debe tener mayor control del Estado y fortalecer su autoridad
institucional, es necesario que las
instituciones públicas, las autoridades regionales y municipales, y la población en general, tengan un concepto
homogéneo sobre seguridad ciudadana, para unificar criterios y articular planes
operativos coherentes y viables , tanto en la prevención como en la represión
del delito; se debe establecer una verdadera política pública de seguridad
ciudadana que funcione no solamente en el papel sino también en la realidad, su
implementación puede llevar tiempo, pero debemos empezar reconociendo que lo
que tenemos no está funcionando ; el problema de la delincuencia en el país, no
se puede terminar a sangre y fuego, es necesario reconstruir el tejido social
intensificando el trabajo con la juventud, implementando proyectos reales
a corto y mediano plazo que puedan
cambiar el fenómeno social del pandillaje, considerando que las pandillas son
la fuente de reclutamiento de las bandas criminales, por su fácil captación y
porque las leyes vigentes son benignas con los delincuentes juveniles; tampoco es una solución sacar el ejercito a la
calle, porque no es su función enfrentar el delito y no ha sido preparado para
esta tarea; en el aspecto policial, es fundamental reconstruir la institución
policial de conformidad a criterios modernos, y
que se aboque a cumplir su finalidad constitucional para la cual ha sido
creada: combatir la delincuencia, proteger a las personas y hacer cumplir la
ley, sin distraer su responsabilidad funcional en tareas extra-institucionales de carácter privado;
además, el desempeño funcional de la policía nacional debe estar respaldada por
una legislación adecuada, que le permita combatir la delincuencia y el crimen,
y no solamente contener el delito (disminución de homicidios, extorsiones,
etc.); debemos tener en cuenta que las bandas criminales adquieren su propia
identidad y perfeccionan su organización y especialidad delincuencial, y se
despliegan por los distritos y barrios donde asumen liderazgos temporales , por
lo que es difícil su desarticulación y eliminación total aun capturando a los
cabecillas, ya que estos son reemplazados con rapidez, por ello se requiere que
la policía actué con mucho apoyo de inteligencia, con personal especializado en
la lucha contra el crimen y con equipos de tecnología moderna. Lo importante es
evitar que estas organizaciones delictivas se transformen en “insurgencia
criminal”, porque es una modalidad difícil de erradicar, tanto o más que el “narco-terrorismo
“.
Pero lo fundamental para poder
cambiar esta difícil problemática, es que el Estado muestre la voluntad
política de querer hacerlo, y que las instituciones funcionen en el sentido
correcto, que haga creíble la decisión de restablecer la seguridad ciudadana y
la tranquilidad pública a la brevedad posible.
(*) Crnel. PNP (r)
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