lunes, 7 de marzo de 2011

MEA CULPA

Por: Julio César Garazatúa Vela. Coronel PNP (r)


Amo al Perú, siento admiración por su gente, particularmente por aquellos que esperan con paciencia que los gobiernos de turno les devuelvan la esperanza de una vida mejor. Valoro la inocencia de los que creen todavía en la verdadera democracia y se esfuerzan por vencer los obstáculos y dificultades del Sistema, para alcanzar sus metas y logar sus sueños.
Soy de los que piensan como Oscar Wilde, que “conciencia” y “cobardía” son realmente lo mismo, y que la primera no es más que un bonito nombre de la segunda. Además, siempre debemos expresar nuestras ideas, aun cuando la mayoría de veces estas sean ignoradas y no se valore si la idea es buena o mala, porque lo único que importa es quien la expone. Pero el verdadero valor de una idea, no tiene nada que ver con la persona que la expresa, sino con el contenido y la intención de la misma.
En estos últimos meses, algunos hechos han afianzado mi manera de pensar sobre los problemas que aquejan a nuestras sociedades, políticas: me refiero entre otros, al reconocimiento póstumo al ex Presidente Argentino Nestor Kichner; la reciente y difícil elección de la nueva presidenta de Brasil Dilma Rousseff, y la extraña “demora” en oficializar el triunfo de la señora Susana Villarán, como nueva Alcaldesa de Lima.

En estos tres hechos, se hace evidente la brecha que aún persiste en nuestros países, entre los grupos de poder amalgamados en una derecha neoliberal recalcitrante, y el resto del país, el de las organizaciones laborales, sociales, sindicales, nativas, etc.; que engloba a una población inconforme sin banderas ni partido, golpeadas por una situación económica difícil, que afecta sus vidas diarias, y que los gobiernos no atinan a resolver. Al contrario, los marginan con engaños y promesas incumplidas, luego la represión como corolario de sus peticiones y reclamos. En este contexto los gobernantes o candidatos a gobierno, que pretenden recuperar y restablecer un sistema con justicia social, son cercados con hostilidad y acosados por una campaña amañada, por los sectores conservadores a través de los medios de comunicación, para desdibujar su imagen política y personal ante la opinión pública.
Este viejo “estilo” de hacer política, de amparase en el sistema democrático para sensualizar al pueblo a tolerar gobiernos corruptos y personalistas, es lo que “ensucia” el juego democrático, y pone en tela de juicio la credibilidad del sistema, y nos obliga a evaluar nuestra madurez ciudadana para detener la improvisación y el doble mensaje, de lo que se dice y de lo que se hace.
Hace 23 años Alberto Koschuetzke dijo, que el problema de la democracia nunca ha estado tan presente como ahora, en la discusión teórica y el quehacer político de América latina. A pesar del tiempo transcurrido, esta discusión se mantiene latente, y es una deuda pendiente con los pueblos de Latinoamérica, que hasta ahora no queremos atender. Por ejemplo en el Perú, el sistema democrático se reduce a procesos electorales cada 5 años, donde candidatos de todo color y tiendas políticas, negocian con los ciudadanos cuotas de poder, para afianzar sus ambiciones personales o partidarias. Todavía pensamos que democracia es un término estático, como si fuera un orden fijo, en lugar de un proceso en continuo cambio; es momento de aceptar que la democracia política “formal” no es toda la democracia, es necesario darle un contenido económico, social y cultural. La democracia debe ser entendida como una conquista y una creación continua, para evitar que sea desnaturalizada por grupos interesados, que cuando ven amenazado su “stato quo”, no vacilan en trasgredir las normas del sistema. Solo mediante el esfuerzo solidario, colectivo y la participación decidida de todos los sectores progresistas, se podrá impedir que la democracia se convierta en un sistema político de “facto”.
urge la presencia de partidos políticos organizados, con pleno conocimiento de la realidad nacional, con visión de futuro, con doctrina e ideología partidaria; que promuevan periódicamente la renovación de sus cuadros dirigenciales, para alejar el fantasma del caudillo “eterno”, y de cúpulas enquistadas en los cargos de conducción partidaria…”

Algunos analistas sostienen, que nuestra democracia requiere en primer lugar de una nueva constitución política, que acerque el Estado cada vez más alejado y extraño al pueblo, a través de una visión nacional que priorice la justicia social y el desarrollo sostenido en base a un proyecto nacional inclusivo de largo plazo. En segundo término, urge la presencia de partidos políticos organizados, con pleno conocimiento de la realidad nacional, con visión de futuro, con doctrina e ideología partidaria; que promuevan periódicamente la renovación de sus cuadros dirigenciales, para alejar el fantasma del caudillo “eterno”, y de cúpulas enquistadas en los cargos de conducción partidaria; debemos evitar la frondosidad de movimientos y alianzas políticas que se multiplican en cada proceso electoral, y que una en el poder, propician el “transfuguismo político”, la corrupción pública que tanto rechazamos y el desprestigio y deterioro de las instituciones del Estado.
Para lograr este cambio, es prioritario construir una clase política de calidad, que optimice el nivel de los candidatos en cada proceso electoral; y exigir que las propuestas que oferten sean viables y sustentadas en un verdadero Plan de Gobierno, para ser difundidas a los electores a través de los medios de comunicación hablada y escrita. Debemos rechazar el “estilo democrático” actual, basado en una diatriba de insultos y guerra sucia al oponente; el de las “alianzas políticas” que se forman de la noche a la mañana, y que no proponen nada serio, sino más de lo mismo.
Esta situación debe llamar a la ciudadanía del país, a una madura reflexión en estos momentos de campaña electoral, para no repetir el mismo error, de entregar por cinco años un cheque en blanco a las personas equivocadas, y luego convertir al país en un campo de conflicto permanente. Debemos iniciar el cambio deseado eligiendo reflexivamente la mejor opción política, pero exigiendo el ejercicio de los canales de participación democrática, que coadyuven a fiscalizar directamente los programas de gobierno ofrecidos. La Constitución y el Sistema Democrático dicen que el pueblo es el soberano; los gobiernos, los partidos políticos y el pueblo en general deben ejercitarlo; ese es el mandato nacional que nace de las urnas.

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