Por: Julio Garazatúa Vela (*)
La
Seguridad Pública en el Perú se encuentra seriamente averiada. Una de las
causas de ella es la inoperancia del “Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana”,
creado específicamente para contrarrestar en forma colegiada la inseguridad
ciudadana en el país. Pero la realidad nos dice que ha fracasado en su
objetivo, se ha convertido en un ente burocrático e inoperativo que se emplea
solamente como instrumento político, para promocionar ofertas electorales de
los candidatos a gobiernos nacionales, regionales y locales. Los resultados a
través del tiempo así lo demuestran: desprotección total de la población;
crecimiento desmedido de la delincuencia a nivel nacional; ineficacia de los
gobiernos para contrarrestar los altos índices de criminalidad; desatención
política del Estado y de sus Instituciones para tratar seria y técnicamente el
problema de la inseguridad;
descoordinación, desorden y escasa participación de las entidades integrantes
del sistema; poca efectividad en la implementación de las medidas de seguridad,
etc.
Ahora
bien, para reestructurar una respuesta acorde a la difícil situación en la que nos encontramos, es
necesario reconocer que hay negligencia en el tratamiento del problema, razón
por la cual se sugiere lo siguiente: en primer lugar, desactivar el
denominado “Sistema Nacional de Seguridad Ciudadana”, porque ha perdido
credibilidad política y técnica en su intento de restablecer la seguridad
ciudadana; tener en cuenta que la seguridad por su evolución técnica y su
influencia social, se conecta con otras disciplinas sociales, y abarca nuevas
áreas que hasta ayer no existían en nuestros mapas de referencia. En segundo
lugar, la seguridad trasciende las actividades de las Instituciones Públicas, y
aun de las entidades privadas. Supera las limitaciones impuestas por esquemas
relacionados con el delito; lo cual exige nuevos enfoques interdisciplinarios e
intersectoriales, para poder construir estrategias técnicamente elaboradas y
exitosas en su ejecución, contra el crimen organizado y la delincuencia local y
transnacional. En tercer lugar, esta nueva situación requiere mejorar la
coordinación y la comunicación entre sectores y entidades relacionados al
problema por resolver; y disponer a la brevedad de una legislación estricta y
precisa que permita sancionar con oportunidad los delitos que más afectan a la
población.
Además,
el tema de la seguridad pública debemos tratarlo desde tres aspectos básicos:
el primero, se relaciona con el contexto socio-político en el que se desenvuelve,
por ejemplo; los cambios más recientes en el marco legal e institucional, la
evolución en las relaciones policía- población, Estado-policía y
Estado-población; el crecimiento demográfico y su instalación descontrolada y
no planificada en el territorio nacional; los escenarios económicos emergentes
y las relaciones Estado-empresa. El
segundo, los marcos de referencia técnica a evaluar considerando la
problemática propia y las experiencias
extranjeras en el tema. El tercero, la relación oferta-demanda de seguridad,
tomando en cuenta las exigencias de la sociedad en su conjunto, los índices de
delito, las posibilidades y limitaciones de los órganos de seguridad y
justicia, y la presencia de órganos auxiliares de seguridad en el país: serenos
municipales, empresas de seguridad privada, comités vecinales, rondas urbanas,
etc.
Sin
embargo, se sigue fallando en el planeamiento, organización y ejecución de
estrategias multisectoriales contra el
delito, porque se carece de una “Política de Estado contra el Crimen” que
incluya un “Sistema de prevención técnico criminal”; ello explica el constante
incremento del delito, y la preocupante probabilidad de que estemos transitando
por el camino equivocado en el tratamiento de este fenómeno. Ésta problemática
se ha reiterado en incontables ocasiones, sin respuesta alguna, lo que evidencia
una total indiferencia y desatención política por parte de los gobiernos de
turno, y de las entidades responsables (Congreso de la República, Ministerio
del Interior, Poder Judicial, Fiscalía de la Nación, Ministerio de Justicia, etc.). Por un lado se
pretende sorprender a la opinión pública, publicitando medidas consensuadas y
colegiadas; pero en la práctica la actitud no cambia, cada quien hace lo que
quiere y lo que puede; no existe liderazgo ni dirección política para enfrentar
este fenómeno.
Tal
es así, que existen algunos factores que alientan el auge de la delincuencia,
pero que no reciben la atención debida de las Instituciones Públicas, salvo que
la prensa los convierta en asuntos mediáticos,
por ejemplo: la creciente desintegración familiar, con el subsecuente
“aprendizaje delincuencial” de los menores de edad en las calles; la constante
frustración laboral y las bajas remuneraciones, que impiden acceder a un puesto
de trabajo y obtener mejores niveles socio-económicos; la deficiente
“desaprobación social” del delito; la “corrupción administrativa” generalizada
y el constante “abuso de poder”; el incremento de la “delincuencia oculta” y de
la impunidad del crimen organizado; la ausencia de disposiciones legales
eficaces sobre el “producto del delito”; la casi inexistente detección
anticipada del crimen, y la carencia de estrategias para frenar su incremento;
la contradictoria difusión de mensajes de los medios de comunicación, por un
lado, la escasa información sobre logros anticrimen y orientación sobre
seguridad ciudadana, y por el otro, la masiva difusión de noticias sobre
crimen, delito y violencia, entre otros.
Estos
y otros factores, deben ser necesariamente tomados en cuenta en la elaboración
de una “Política Nacional Contra el Crimen”, y en el “Sistema de Prevención contra el Delito”,
instrumentos que deben mantener continuidad (que trascienda a los gobiernos) y
estar legal y políticamente respaldados; sin embargo, se continúa apoyándose
únicamente en medidas coyunturales, como las supuestas “políticas de
seguridad”, o de “tratamiento
penitenciario”, etc., que nadie conoce, por ende, nadie las implementa. De continuar
con estos errores, podríamos agravar nuestros problemas de inseguridad,
replicando experiencias nefastas que afrontan otros países, tales como:
“justicia por mano propia”, “corrupción gubernamental”, “zonas liberadas por el
crimen organizado”, “levantamientos populares”, etc. Ello, con el incomprendido
y solitario esfuerzo de la policía nacional para contrarrestar el desorden y la
delincuencia galopante, la cual ajena a los vaivenes políticos del momento, se
ve obligada por la “fuerza” y algunas veces
cometiendo “excesos de función”, a restablecer una situación inestable que
debió moderarse y controlarse oportunamente por la vía del “diálogo político” y
de la “educación preventiva”.
Todo
lo descrito acontece lamentablemente, cuando la inoperancia, la desaprensión y
la corrupción, elevan las tasas de delincuencia a niveles socialmente intolerables,
con la tácita aceptación e indiferencia de los “partidos y movimientos
políticos” y de los Poderes del Estado; quienes se encuentran “entretenidos” en
sus problemas partidarios y “acusaciones mutuas”, pensando quizás en asegurar
“cuotas de poder” en las próximas elecciones.
(*) Crnel. PNP (r)
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