Por: Julio Garazatúa Vela (*)
El
crimen organizado ha evolucionado y se ha incrementado en el mundo de una manera alarmante; el Perú no es la excepción,
tal es así que los delitos denominados “menores” o “locales”, han crecido
exponencialmente a nivel nacional; y los delitos transnacionales como el
sicariato, la extorsión, el narcotráfico, entre otros, se han instalado en la
sociedad con su secuela de dolor y daño. Sin embargo, las medidas de seguridad
implementadas por las instituciones del Estado, no han mostrado cambios
significativos en lo operativo ni en lo legislativo, y los que existen son
insuficientes para enfrentar con éxito al fenómeno delictivo.
Jean
François Gayraud en su libro “El G9 de las mafias del mundo“, dice que el
crimen organizado es una herencia del pasado y una realidad inquietante en
nuestra sociedad actual. Hay muchas formas de sociedades criminales y todas
tienen una impronta delictiva que se conecta con la propia historia social y
cultural de su entorno. Una de esas formas de sociedad criminal son las mafias.
El mundo de las mafias, es el mundo del dinero, del poder y el secreto. No
debemos confundir las mafias con simples bandas u organizaciones criminales
internacionales. Se trata de entidades que poseen naturaleza propia y
representan el estadio superior del crimen organizado.
Pero
¿qué es realmente una mafia?, ¿cómo actúa? Para ello hay que comprender primero que la
criminología clásica ya no es suficiente para analizar y entender el fenómeno
de las mafias en el siglo XXI. Nombres legendarios como la “cosa nostra de Sicilia”, la “cosa nostra
estadounidense”, la “yakuza” de Japón, las “triadas” chinas, la “camorra” de
campusia, la “mafia” turca o la “mafia” albanesa, entre otras; comparten roles
y protagonismos en los distintos países donde operan.
Gayraud
dice, que las mafias no se consideran una anomalía, ni una patología social,
sino el indicador de la evolución criminal en el mundo. A pesar de las
apariencias, la era de las ideologías está dando paso, de forma discreta pero
cierta, a la era criminal. En las sociedades globalizadas y mediatizadas, la
identificación de las amenazas reales no es un ejercicio fácil. La lógica del
disimulo, de la discreción y la invisibilidad, escapa a la percepción de los periodistas pero también
de los especialistas y en consecuencia a la represión.
Las
mafias, son las entidades criminales más peligrosas y desconocidas del caos
mundial; su análisis bajo el ángulo de la marginalidad y el desarraigo social
resulta erróneo. El mafioso es el máximo exponente del criminal integrado en la
sociedad e invisible al ámbito penal. La evolución de estas sociedades
criminales desconocidas y cambiantes, debe cuestionarnos sobre la naturaleza y
la capacidad de respuesta de las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, en la
denominada “sociedad espectáculo”, lo
natural es interesarse por lo espectacular, lo que genera noticia, como es el
caso del terrorismo. No obstante, sin
perjuicio de su importancia, la cuestión terrorista no puede monopolizar la
reflexión sobre la seguridad nacional o internacional, porque estaríamos facilitando
que se instalen en la sociedad de
manera definitiva, actores criminales más nocivos a largo plazo. Tal es así,
que mientras el mundo obsesionado por la
lucha contra el terrorismo mira hacia otro lado, el crimen organizado ha salido
de su marginalidad y se ha instalado en el corazón de nuestros sistemas
políticos y económicos.
Analizando
la historia política, diremos que a las tiranías políticas clásicas, debemos
añadir las tiranías criminales. ¿No nos encontramos ante democracias
criminalizadas o mafiosas? Si indagamos en los procesos eleccionarios,
descubriremos actores criminales ocultos en la sombra, que manipulan a los
candidatos elegidos por el pueblo, lo que deteriora la democracia. Incluso, en
algunos Estados es impensable ganar las elecciones o conseguir un contrato
importante, si se ignora las relaciones con las fuerzas reales, como las
mafias.
La
ceguera de los gobiernos ante este fenómeno delictivo, llega a ser culpable
cuando se sabe que el crimen organizado ya es protagonista de los conflictos
modernos, no militares, sino criminales. El crimen organizado incrementa las
características negativas de nuestra época: anomia y materialismo. Ignorar esta
situación conlleva a situaciones sin salida, especialmente cuando se aplican
medidas inadecuadas.
Pero
las sociedades en el mundo, han
consensuado la creencia de dos nuevos peligros: la proliferación de armas de
destrucción masiva (nucleares, bacteriológicas, químicas, balísticas) y el
terrorismo internacional. Sin embargo, la
cuestión criminal es abordada en forma subsidiaria, lo que puede acarrear
graves consecuencias a la seguridad continental. Por ello, para afrontar
adecuadamente estas consecuencias, es necesario centralizar nuestras acciones
en base a dos ideas: la diferencia entre terrorismo y crimen organizado, y la
dificultad de los medios de comunicación para percibir lo que no se ve, lo
invisible.
El
terrorismo representa indudablemente una amenaza de carácter estratégico, pero
constituye una manifestación superficial, visible y molesta; mientras que el
fenómeno criminal o mafioso, es discreto e indoloro. El terrorismo es
clandestino y subversivo por naturaleza, y se manifiesta antes o después a
través de atentados y reivindicaciones, para afirmar su dimensión política y
conquista del poder. La delincuencia organizada es esencialmente parasitaria y
encubierta. No debe mostrarse abiertamente, su naturaleza depredadora la obliga a actuar con discreción. La lógica
terrorista propugna la
confrontación; la criminalidad busca su
integración al sistema. El terrorismo se nutre de la propaganda y publicidad;
la criminalidad se oculta en las sombras, y aunque cause victimas estas se
ocultan en el anonimato.
Ahora
bien, ¿Cómo puede entender una sociedad, la existencia de un mundo criminal
invisible? Actualmente los medios de comunicación suplen con frecuencia la función
de otras instituciones; determinan lo bueno y lo malo, sus informaciones no
solo orientan el ánimo del pueblo, sino también las decisiones de los
gobernantes, e influyen en ellos. Los medios de comunicación moldean un nuevo
tipo de persona, emotiva, estresada y dotada de una mentalidad particular,
según la cual, todo lo que no puede mostrarse no existe. Los medios perciben lo visible, lo inmediato,
lo urgente y superficial, podemos decir que disimulan tanto el mundo real, que
no pueden mostrarlo; las apariencias mediáticas ocultan partes importantes de
la realidad, para satisfacción de las organizaciones criminales.
Para
comprender la participación inédita del crimen organizado en el nuevo orden
mundial, es preciso sustraerse a los prejuicios, a las verdades fáciles, a las
ideas preconcebidas y a las evidencias cómodas. Las amenazas autenticas son
aquellas que no percibimos, que permanecen invisibles e ignoradas.
Debemos
recordar, que para combatir los llamados
delitos “locales” propios de cada Estado, es fundamental la voluntad política
de los gobiernos para optimizar la conducción y la participación de los organismos
de seguridad y justicia e instituciones públicas afines al problema, en la
tarea de garantizar la seguridad
ciudadana; pero para enfrentar con éxito los delitos transnacionales y el
crimen organizado, es necesaria la coordinación y cooperación entre
Estados, para facilitar el intercambio
de información especializada y de inteligencia operativa entre nuestros
sistemas de seguridad y justicia, que posibiliten obtener resultados deseados a
nivel nacional e internacional.
(*) Crnel PNP (r)
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