Por: Julio Garazatúa Vela.(*)
El
periodista Augusto Álvarez Rodrich dijo en su columna de opinión del diario “La República” del 18 de Febrero del año en
curso, que el drama venezolano empezó como una protesta estudiantil contra el
gobierno por la inseguridad creciente
que afrontaba ese país, y terminó convirtiéndose en una manifestación
desbordada, con la mayoría de los sectores y partidos involucrados, lo cual
debilito el régimen de Nicolás Maduro. Las consecuencias son las que todos
conocemos, continúan las protestas y los muertos aumentan cada día; y al
parecer no hay solución posible a la fecha, a pesar que la mayoría de los
Estados exhortan al gobierno de Venezuela, a cesar los enfrentamientos, a
detener la muerte de inocentes, y a retomar el dialogo en aras de la democracia
y de la defensa de los derechos humanos.
Esta
crisis política que actualmente envuelve al pueblo venezolano, nos debe hacer
reflexionar sobre las causas que han propiciado estos graves hechos, para
corregir nuestras vulnerabilidades y desaciertos políticos y no tropezar con
aquello que ahora cuestionamos.
El Perú
se ha consolidado en el plano económico, y la estabilidad monetaria ha sosegado
los crónicos vaivenes del pasado, sin embargo estos logros económicos aún no
llegan en forma tangible a la mayoría de la población; este desacierto, y otros de índole político-social pasan
fundamentalmente: por la necesidad de enfrentar seriamente la traumática
sucesión de hechos criminales a nivel nacional, que tiende a convertir
determinadas regiones del país incluyendo la capital, en una suerte de “zonas
liberadas” por obra de la delincuencia; por los enfrentamientos públicos entre
los poderes ejecutivo y legislativo por razones personales y partidarias, que
deteriora cada vez mas la credibilidad de estas instituciones; por la necesidad de deslindar el excesivo
protagonismo de la primera dama en las decisiones de gobierno; por los
continuos “psicosociales” que se
utilizan para mimetizar asuntos
políticos y judiciales incómodos y desviar la atención pública hacia temas
banales, con la complicidad de los medios de comunicación;por solucionar de una
vez por todas los casos mediáticos del mercado central denominado “la parada” y
de la minería informal, que hasta ahora se manejan con medidas coyunturales;
por los rumores de “golpes de Estado” y “cierre del congreso”; entre otros
hechos lamentables, que lo único que refleja es : parálisis funcional del
gobierno central y de los gobiernos regionales y locales, así como de las
instituciones públicas y privadas del país, para atender en forma acertada y
oportuna estos problemas; falta de liderazgo del ejecutivo para la conducción
política del Estado; y el comportamiento frívolo del oficialismo y de la
oposición ante esta problemática. Hechos que de incrementarse, pueden poner en
riesgo la estabilidad del sistema democrático que con tanta vehemencia decimos
defender.
Es
fácil caer en la tentación del populismo o la demagogia, explotando el sentimiento
nacional, o las engañosas estadísticas de la disminución de la pobreza; pero es
demostración de madurez política la decisión de reorientar las estrategias para
aquietar el controvertido tema político- social, caracterizado más por
interrogantes que por certezas, y la comprensible preocupación ciudadana respecto a donde realmente nos
estamos dirigiendo.
Esta preocupación
nos obliga a preguntamos: ¿sabe el
gobierno lo que debe hacer para
solucionar esta difícil situación en la que estamos entrampados? ¿Puede distinguir entre urgencias y
prioridades? ¿Conoce la diferencia entre administrar una crisis y dirigir al
estado? El señor presidente de la
república, no debe olvidar el mandato que el pueblo le ha confiado para
conducir al país a un proceso de cambio sustentado en: crecimiento económico,
desarrollo nacional, inclusión social, seguridad ciudadana, etc.; entonces es
indispensable desterrar el doble mensaje, entre lo que se dice y lo que se
hace; es prioritario hablar el mismo idioma, porque la uniformidad en el
lenguaje permite entendernos mejor e integrar intereses comunes, que muchas
veces en la práctica se presentan contradictorios porque no alcanzamos a
diferenciar las apariencias de la realidad; y debemos actuar con planes
consolidados y no con planes ortodoxos, precisos en los papeles pero difusos e
impracticables en la realidad.