viernes, 11 de septiembre de 2015

¿HACIA DÓNDE VA LA DEMOCRACIA?

Por: Enrique Soto Roca

“La democracia no es solo elecciones: es trabajo ciudadano”, dice con mucho acierto Gustavo Rodríguez, columnista del diario El Comercio, dejando entrever la poca participación de la población en la actividad política, y que ésta solo se preocupa superficialmente cuando se avecina un proceso electoral, como el que vamos a asistir, para elegir a nuestro nuevo presidente y  nuevos congresistas, el próximo año 2016.

¿Por qué la ciudadanía no tiene interés en participar activamente en el quehacer político nacional? ¿Por qué la gran mayoría de ciudadanos no tienen el deseo que se profundice y consolide la democracia en el Perú? Son preguntas sustanciales que estamos en la obligación de respondernos, quienes de alguna manera estamos interesados en el estudio y análisis de la actividad política en nuestro país. Ciertamente, la situación planteada no es nada sencilla y bastante compleja, que tiene, haciendo un análisis exhaustivo, antecedentes y connotaciones históricas, de profundas incredulidades, desconfianzas y traiciones que no han sido superadas por la población hasta el momento.

En 1980, hace 35 años, retomamos la democracia, poniendo fin a las dictaduras militares. Y este proceso endeble, maltrecho y rotoso, apenas pudo avanzar –en medio de una violencia criminal interna, que más parecía una guerra civil- hasta el año 1992. Siendo quebrada nuevamente de manera abrupta un 5 de abril, cuando el fujimontesinismo, instalado en el poder, después de haber ganado las elecciones en 1990 decide, utilizando las Fuerzas Armadas, “disolver” el Parlamento. Se impone una vez más la dictadura, esta vez cívico militar, cayendo de bruces la democracia.  Esta no se vuelve a reincorporar hasta el año 2000, cuando el dictador, al verse acorralado por el pueblo organizado, en pie de lucha, huye al Japón, renunciado vía fax al cargo de Presidente de la República del Perú. Desde ese entonces, los peruanos hemos vuelto a sentir el quehacer democrático en nuestro país. Han pasado quince  años sin embargo, la democracia sigue siendo anémica, endeble y poco maciza,  eso principalmente porque no contamos con instituciones sólidas que los respalden, lo vigoricen, fortaleciéndole su accionar en el quehacer político nacional.

Los partidos políticos no han logrado erigirse como instituciones sólidas, dignas de respeto y admiración por parte de la ciudadanía. Esto debido a la falta de transparencia y solvencia moral. No inspiran confianza. Sus dirigentes son vistos como aves de rapiña por la población, que solo buscan su beneficio personal, familiar y/o de grupo, sin interesarles el bienestar común y el desarrollo nacional.

Los partidos políticos, como instituciones que deberían servir de nexos, entre la ciudadanía y el estado, están en crisis severa, incapaces de cumplir su rol. Deben estar encaminadas a reorganizarse, refundarse, de lo contrario avanzan hacia su desaparición, como algunos partidos tradicionales, llámese Partido Popular Cristiano (PPC) o Acción Popular (AP) por mencionar al algunos de ellos, que han sido incapaces de ponerse a la altura de los nuevos acontecimientos históricos globales y que hoy luchan por no extinguirse, tratando de entablar alianzas, de manera desesperada, para impedir sus funerales. Su mal comportamiento les está pasando la factura.

Por otro lado, la democracia incipiente que vivimos, no se profundiza ni logra consolidarse, porque, asimismo, carecemos de un Congreso transparente, decente, con solvencia moral. Creíble y confiable. Este no lo es. Está constituido por una gavilla de egocéntricos, incompetentes y mediocres –con algunas raras excepciones-, que ven en el erario nacional un botín de guerra, que están dispuestos a levantárselo cueste lo que cueste. La reputación del Parlamento Nacional se ha venido por los suelos, el 80% de la población cree que está conformado por mafiosos. Para poder revertir esta grave situación que padece el país, este primer poder del estado, llamado Congreso de la República,  debe ser reformado profundamente, una de las opciones, es volviendo a reinstalar la Bicameral, eligiendo a verdaderos diputados y senadores, como auténticos padres de la patria. Capaces de fiscalizar de manera correcta el buen uso de los recursos económicos de la nación,  así como de dictaminar leyes que empujen al país por el sendero del desarrollo y la prosperidad, que tanto desea la ciudadanía.

Por otro lado, consideramos que ningún congresista debería ser reelegido, para de esa forma imponer democráticamente la alternancia en el poder, dando oportunidad a otros ciudadanos, que también desean servir al país. Creemos que hay mucha gente capaz, honesta y decente que quiere involucrarse en el quehacer político asumiendo responsabilidades y queriendo dar cuenta de sus actos de manera transparente. La actividad legislativa es una forma de ejercer ciudadanía participativa. Hay muchos jóvenes y adultos que aman al país, y quieren ardientemente contribuir en su desarrollo, porque son conscientes de sus potencialidades. Ellos deben ser llamados, para que trabajen por el bien común.

Democracia es sinónimo de justicia. En tal sentido, esta no podrá ser consolidada si la ciudadanía es vapuleada cuando busca, sin alcanzar, justicia. Y cuando la institución que está encargada de realizar esta delicada actividad es vista como una de las peores; como la más corrupta de todas las instituciones tutelares de la patria. El Poder Judicial, como poder del estado, como institución que debe conducirse con imparcialidad y decoro, está por los suelos; su reputación no tiene de donde sostenerse. La ciudadanía cree que es una institución que está llena de alimañas, que debe ser fumigada, para ser desinfectada de toda la escoria que la habita y que la ha tomado por asalto. Nadie cree en ella, por lo tanto, ningún ciudadano decente está convencido en ir a solicitar justicia, porque sabe que no la va hallar.  Asimismo, saben que allí la justicia se mide por el grado de capacidad económica que tengas. La solvencia moral, la dignidad, no tienen en ese lugar ninguna importancia, ya algún impúdico lo dijo: “todo se compra, todo se vende”. Es la ley del mercado.

Como podemos darnos cuenta, mientras tengamos instituciones, como las que hemos descrito, es muy difícil y consolidar nuestra endeble, incipiente y alicaída democracia, estas aberraciones institucionales no son de ahora, tiene una connotación histórica, traídos desde los inicios de la república, que estamos en la obligación actual de erradicarlos para siempre, es una tarea de nuestro tiempo, a escasos seis años de coronar dos siglos de independencia colonial.

La democracia es un proceso digno y de mucha solvencia moral, que nadie nos ha regalado, sino que es un estatus alcanzado por la ciudadanía en el quehacer político, en base a largas luchas, en las que se han derramado “sangre, sudor y lágrimas”  como diría Winston Churchill. Por ello, estamos en la obligación de defenderla a capa y espada, porque es como el alimento, el vestido o la vivienda. Algo necesario para que una nación viva en paz y con dignidad. En absoluta libertad e igualdad de derechos entre todos los ciudadanos. Ejerciendo dominio y soberanía sobre nuestros territorios  como nación civilizada e independiente.

Por ello, debemos señalar, también, que democracia es sinónimo de atención a todos nuestros pueblos de los servicios básicos por parte del estado. Es la construcción de un estado social, que vele por la seguridad ciudadana. Así como por su alimentación, educación, salud y vivienda, que promueva el trabajo, para que no exista desempleo, y ejerza un seguro de jubilación. Es decir, un seguro pensionario. Esa es la democracia que el pueblo desea, que hoy no la alcanza a ver. Por ello, estamos en la obligación de revertir esta situación de desconfianza, de incredulidad que existe de parte de la ciudadanía, que no cree en los políticos, ni en la forma como se practica la política coyuntural. Es comprensible por todo ello,  nosotros nos preguntamos con vehemencia: ¿hacia dónde va la democracia?, en nuestro país. Ya que nos preocupa la forma como se desarrolla el quehacer político, en un periodo de coyuntura electoral, que no es nada halagador. Los precandidatos han empezado darse de alma, insulto y diatribas por doquier. Y nada sobre propuestas concretas. Por ello, con buen criterio, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), de cara a los comicios presidenciales del próximo año, hizo público el proyecto político social denominado “Pensando en el Perú 2016”, advirtiendo la necesidad que se realice inmediatamente –ya que estamos en una carrera contra el tiempo- una reforma electoral que regule las finanzas de los partidos políticos con el fin de evitar la infiltración del narcotráfico. Plantearon, además, que a través del diálogo se pueda elevar el nivel de la política, considerando que actualmente existe una “banalización” del debate público.

Hay que resaltar, que el director del IEP, Ricardo Cuenca, precisó que la iniciativa buscará mediante mesas de trabajo generar documentos de políticas públicas necesarias y viables para el país, exigiendo que los candidatos al 2016 tengan metas claras y un plan de acción que pueda ser fiscalizado por la ciudadanía.

Estas iniciativas de participación en democracia son loables, creemos necesario que otras instituciones se sumen impulsando este tipo de eventos. El debate participativo es crucial, apertura las ideas y genera viabilidad, estimula el accionar político que está tan alicaído.

Por otro lado, el Parlamento, tiene en esta coyuntura una gran oportunidad para reivindicarse con la ciudadanía, que desea urgente una reforma electoral,  a través del cual se ponga énfasis el financiamiento público de los partidos, la supervisión de los fondos de campaña, que tanto escándalo promueven, que la gente está asqueada. Asimismo, se aliente los procesos de democracia interna, y la aplicación de la figura –guión como verdaderamente debe ser- “un militante un voto”. Y se acabe de una vez, con la tan polémica situación de la eliminación del voto preferencial, que genera discordias y confrontaciones al interior de los partidos, generándose cajas de gastos de campaña paralelos.

Finalmente, no podemos dejar de sostener e impulsar la democracia y el estado de derecho, ya que es garantía de estabilidad gubernamental, que siendo de otra manera nos llevaría al caos y la anarquía. Respetar las leyes y sus reglamentos es promover el desarrollo de una sociedad civilizada. En tal sentido, podemos afirmar, que democracia es vida.

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