martes, 15 de julio de 2014

CRIMEN ORGANIZADO: CONOCIENDO AL ENEMIGO

Por: Julio Garazatúa Vela (*)

El crimen organizado ha evolucionado y se ha incrementado en  el mundo de una  manera alarmante; el Perú no es la excepción, tal es así que los delitos denominados “menores” o “locales”, han crecido exponencialmente a nivel nacional; y los delitos transnacionales como el sicariato, la extorsión, el narcotráfico, entre otros, se han instalado en la sociedad con su secuela de dolor y daño. Sin embargo, las medidas de seguridad implementadas por las instituciones del Estado, no han mostrado cambios significativos en lo operativo ni en lo legislativo, y los que existen son insuficientes para enfrentar con éxito al fenómeno delictivo.

Jean François Gayraud en su libro “El G9 de las mafias del mundo“, dice que el crimen organizado es una herencia del pasado y una realidad inquietante en nuestra sociedad actual. Hay muchas formas de sociedades criminales y todas tienen una impronta delictiva que se conecta con la propia historia social y cultural de su entorno. Una de esas formas de sociedad criminal son las mafias. El mundo de las mafias, es el mundo del dinero, del poder y el secreto. No debemos confundir las mafias con simples bandas u organizaciones criminales internacionales. Se trata de entidades que poseen naturaleza propia y representan el estadio superior del crimen organizado.

Pero ¿qué es realmente una mafia?, ¿cómo actúa?  Para ello hay que comprender primero que la criminología clásica ya no es suficiente para analizar y entender el fenómeno de las mafias en el siglo XXI. Nombres legendarios como la  “cosa nostra de Sicilia”, la “cosa nostra estadounidense”, la “yakuza” de Japón, las “triadas” chinas, la “camorra” de campusia, la “mafia” turca o la “mafia” albanesa, entre otras; comparten roles y protagonismos en los distintos países donde operan.
Gayraud dice, que las mafias no se consideran una anomalía, ni una patología social, sino el indicador de la evolución criminal en el mundo. A pesar de las apariencias, la era de las ideologías está dando paso, de forma discreta pero cierta, a la era criminal. En las sociedades globalizadas y mediatizadas, la identificación de las amenazas reales no es un ejercicio fácil. La lógica del disimulo, de la discreción y la invisibilidad, escapa a  la percepción de los periodistas pero también de los especialistas y en consecuencia a la represión.

Las mafias, son las entidades criminales más peligrosas y desconocidas del caos mundial; su análisis bajo el ángulo de la marginalidad y el desarraigo social resulta erróneo. El mafioso es el máximo exponente del criminal integrado en la sociedad e invisible al ámbito penal. La evolución de estas sociedades criminales desconocidas y cambiantes, debe cuestionarnos sobre la naturaleza y la capacidad de respuesta de las sociedades contemporáneas. Por ejemplo, en la denominada “sociedad espectáculo”,  lo natural es interesarse por lo espectacular, lo que genera noticia, como es el caso del  terrorismo. No obstante, sin perjuicio de su importancia, la cuestión terrorista no puede monopolizar la reflexión sobre la seguridad nacional o internacional, porque estaríamos  facilitando  que se instalen  en la sociedad de manera definitiva, actores criminales más nocivos a largo plazo. Tal es así, que mientras el mundo obsesionado por  la lucha contra el terrorismo mira hacia otro lado, el crimen organizado ha salido de su marginalidad y se ha instalado en el corazón de nuestros sistemas políticos y económicos.

Analizando la historia política, diremos que a las tiranías políticas clásicas, debemos añadir las tiranías criminales. ¿No nos encontramos ante democracias criminalizadas o mafiosas? Si indagamos en los procesos eleccionarios, descubriremos actores criminales ocultos en la sombra, que manipulan a los candidatos elegidos por el pueblo, lo que deteriora la democracia. Incluso, en algunos Estados es impensable ganar las elecciones o conseguir un contrato importante, si se ignora las relaciones con las fuerzas reales, como las mafias.

La ceguera de los gobiernos ante este fenómeno delictivo, llega a ser culpable cuando se sabe que el crimen organizado ya es protagonista de los conflictos modernos, no militares, sino criminales. El crimen organizado incrementa las características negativas de nuestra época: anomia y materialismo. Ignorar esta situación conlleva a situaciones sin salida, especialmente cuando se aplican medidas inadecuadas. 

Pero las sociedades en el mundo,  han consensuado la creencia de dos nuevos peligros: la proliferación de armas de destrucción masiva (nucleares, bacteriológicas, químicas, balísticas) y el terrorismo internacional. Sin embargo,  la cuestión criminal es abordada en forma subsidiaria, lo que puede acarrear graves consecuencias a la seguridad continental. Por ello, para afrontar adecuadamente estas consecuencias, es necesario centralizar nuestras acciones en base a dos ideas: la diferencia entre terrorismo y crimen organizado, y la dificultad de los medios de comunicación para percibir lo que no se ve, lo invisible.   

El terrorismo representa indudablemente una amenaza de carácter estratégico, pero constituye una manifestación superficial, visible y molesta; mientras que el fenómeno criminal o mafioso, es discreto e indoloro. El terrorismo es clandestino y subversivo por naturaleza, y se manifiesta antes o después a través de atentados y reivindicaciones, para afirmar su dimensión política y conquista del poder. La delincuencia organizada es esencialmente parasitaria y encubierta. No debe mostrarse abiertamente, su naturaleza  depredadora  la obliga a actuar con discreción. La lógica terrorista propugna  la confrontación;  la criminalidad busca su integración al sistema. El terrorismo se nutre de la propaganda y publicidad; la criminalidad se oculta en las sombras, y aunque cause victimas estas se ocultan en el anonimato.

Ahora bien, ¿Cómo puede entender una sociedad, la existencia de un mundo criminal invisible? Actualmente los medios de comunicación suplen con frecuencia la función de otras instituciones; determinan lo bueno y lo malo, sus informaciones no solo orientan el ánimo del pueblo, sino también las decisiones de los gobernantes, e influyen en ellos. Los medios de comunicación moldean un nuevo tipo de persona, emotiva, estresada y dotada de una mentalidad particular, según la cual, todo lo que no puede mostrarse no existe.  Los medios perciben lo visible, lo inmediato, lo urgente y superficial, podemos decir que disimulan tanto el mundo real, que no pueden mostrarlo; las apariencias mediáticas ocultan partes importantes de la realidad, para satisfacción de las organizaciones criminales.

Para comprender la participación inédita del crimen organizado en el nuevo orden mundial, es preciso sustraerse a los prejuicios, a las verdades fáciles, a las ideas preconcebidas y a las evidencias cómodas. Las amenazas autenticas son aquellas que no percibimos, que permanecen invisibles e ignoradas.

Debemos recordar, que para combatir  los llamados delitos “locales” propios de cada Estado, es fundamental la voluntad política de los gobiernos para optimizar la conducción y la participación de los organismos de seguridad y justicia e instituciones públicas afines al problema, en la tarea de garantizar la seguridad  ciudadana; pero para enfrentar con éxito los delitos transnacionales y el crimen organizado, es necesaria la coordinación y cooperación entre Estados,  para facilitar el intercambio de información especializada y de inteligencia operativa entre nuestros sistemas de seguridad y justicia, que posibiliten obtener resultados deseados a nivel nacional e internacional.
(*) Crnel PNP (r)

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