lunes, 30 de junio de 2014

PERÚ: CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE

Por: Julio Garazatúa Vela (*) 

En Octubre-2004, el historiador Nelson Manrique en un artículo titulado “País se regala”, entre otras cosas, mencionaba que en un trabajo de gabinete para oficiales de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de Norteamérica, denominado “Sudamérica de aquí a cincuenta años”, todos los analistas asistentes a dicho foro coincidían en que tres países del continente no tenían viabilidad para continuar como tales, por no haber solucionado sus problemas económicos, ni haberse integrado como nación; uno de ellos era el Perú.

Diez años después, la realidad nos dice que en el país nada ha cambiado para poder revertir esta percepción; persisten los males endémicos de siempre: conflictos sociales, inseguridad ciudadana, corrupción, pobreza, exclusión social, desempleo, frondosidad legal, anomia, subdesarrollo educativo y tecnológico, instituciones anacrónicas incapaces de atender con prontitud y certeza las necesidades socio-económicas de la población, continuos errores políticos del gobierno y de la oposición, etc. Además,  existe incongruencia entre el modelo económico y la práctica política que imposibilita reconstruir el país como nación. Tenemos una “clase política” improvisada, proclives a la corrupción, sin capacidad para implementar políticas y estrategias a largo plazo. Hay ausencia de partidos políticos y proliferación de movimientos políticos, con caudillos que buscan poder y notoriedad en época de elecciones. Nuestra población carece de cultura política y en su mayoría desconoce sus derechos y deberes cívicos, lo que nos lleva a repetir los mismos errores cuando debemos elegir a nuestros representantes nacionales, regionales y municipales. No se vota por  un programa de gobierno o un proyecto nacional, sino por cuestiones partidarias, simpatías, o por el llamado “mal menor”. El “populismo” y las “encuestas”, se han convertido en instrumentos políticos  tradicionales de los candidatos y gobiernos de turno, para ganar simpatías en la población, ofreciendo promesas incumplidas reiteradas veces, y maquillando porcentajes de aceptación a gusto del cliente. La corrupción se ha enquistado en los tres niveles de gobierno: nacional, regional y local, y cada vez son más las denuncias por delitos económicos con dineros del Estado.  Asimismo, los gobiernos regionales y locales  se muestran radicales para concertar y conciliar asuntos de interés nacional con el gobierno central, porque a medida que asumen su propio carácter cultural y aumenta la disposición de  recursos económicos, fortalecen su identidad regional y local y tratan de distanciarse política y administrativamente del poder ejecutivo. Esta forma de convivencia política en la cual estamos atrapados, adormece la conciencia nacional, distorsiona la realidad y el sentido común, cuando se deben tomar decisiones  o implementar políticas y estrategias en el ámbito interno y externo.
De continuar con estos errores, y en lugar de buscar el cambio, alentamos el desgobierno, el desorden, la improvisación, la frivolidad, a esperar  a un mesías que nunca llega, o a un revolucionario iluminado que nos reivindique en nuestras justas aspiraciones, simplemente estaríamos caminando hacia un destino incierto, que sin darnos cuenta estamos construyendo.

Ante este difícil panorama nos preguntamos ¿Cómo evitar el futuro incierto que nos acecha, si el propio gobierno se muestra incapaz de orientar el cambio en la dirección debida?, ¿Por qué, a pesar de tanto esfuerzo, las medidas implementadas no atinan a solucionar los problemas que se multiplican diariamente?

En primer lugar, debemos aceptar que los programas sobre asuntos económicos no se sustentan en una imagen objetivo de país, menos en una visión estratégica continental y mundial. Las pocas obras de infraestructura, siempre han respondido a emergencias coyunturales urgidas por la globalización y el libre mercado, que obligan a la orientación netamente exportadora, y no, a un proyecto de desarrollo nacional enmarcado en un proceso integrador.

En segundo lugar,  la mayoría de los técnicos o planificadores de las instituciones públicas, siguen actuando como si el sector económico estuviera aislado de las influencias sociales y psicoculturales; por ejemplo: conocemos la información referente a la productividad, a los precios, a las inversiones y otros factores similares, y en base a esos indicadores económicos, podemos evaluar el estado general de la economía en el país. En cambio carecemos de sistemas de medición de indicadores sociales, que nos digan si la sociedad como algo distinto de la economía, se desarrolla adecuadamente, si las condiciones de vida del país mejoran de un año a otro. Es decir, un sistema de indicadores destinado a medir el logro de fines sociales y culturales, que empleados conjuntamente con los indicadores económicos, puedan utilizarse para diseñar e implementar políticas integrales a largo plazo.

En el Perú, cada gobierno proyecta y ejecuta diversas obras: autopistas, carreteras, centrales eléctricas, hospitales, viviendas, centros educativos, etc., orientadas a brindar bienestar a la población, pero ninguna de ellas obedece a una imagen global de país o sociedad que se desea alcanzar, se proyectan  sin visión de futuro, sin una lógica racional de desarrollo integral y coherente, que tiendan más adelante a evitar o minimizar posibles conflictos sociales. Lo que sucede es que los políticos siguen pensando en términos de arriba-abajo, suelen elaborar  planes y programas sin contar con la información de la otra parte, la que debe recibir los beneficios o desarrollar el plan o proyecto, de manera que desconoce si esas proyecciones son viables en la práctica; mas claro, los planes, programas o políticas de gobierno no tienen en cuenta las cambiantes necesidades de aquellos cuya participación es necesaria, para que esas decisiones alcancen los objetivos propuestos; se atribuyen el derecho de establecer objetivos sociales por sí mismos, o por orden de una autoridad superior. Entonces, el problema no radica en que planeamos mucho o poco, sino en que planeamos mal, porque las premisas implícitas en el proceso de planeamiento son  equivocadas.

Asimismo, es necesario tener en cuenta, que actualmente el número de componentes sociales en el sistema se ha incrementado, por ello, es contraproducente ignorar las demandas de las denominadas “minorías políticas” (gremios, sindicatos, organizaciones civiles, etc.), en cualquier decisión o medidas de gobierno; en razón, que estas minorías al sentirse excluidas del sistema y al no ser atendidas en sus reclamos, recurren a las protestas públicas como único medio para hacerse escuchar, lo que genera conflictos y represión.

Cuando podamos superar nuestras barreras mentales y reconocer  la necesidad  de integrarnos  como nación,  y de construir juntos  una nueva visión de Estado, desechando la indiferencia, el conformismo, la soberbia y la exclusión,  dejaremos  de ser considerados un Estado inviable.
(*) Coronel PNP (r)

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