Por: Julio Garazatúa Vela (*)
Existe la sensación de que la capital y algunas regiones del país, por no decir todas, puedan convertirse en “zonas liberadas” por obra de la criminalidad organizada. Es la percepción que tiene la población por la situación de inseguridad en la que actualmente vive, en razón que hasta la fecha no se puede articular estrategias integrales que puedan revertir esta tendencia de por si alarmante.
Asistir a los cementerios a sepultar a policías asesinados por delincuentes, tiende a convertirse en una rutina inaceptable. El hecho reciente ocurrido en el departamento de Cajamarca, donde un grupo de delincuentes atacaron la comisaría del distrito de Santa Rosa y asesinaron a tres policías y dos civiles (uno de ellos menor de edad), llevándose equipos, munición y armamento policial; muestra no solamente una insoportable estadística, sino también una flagrante responsabilidad política e institucional del Sector Interior.
Cada vez con más frecuencia, casos lamentables enlutan los hogares policiales, y sistemáticamente la historia se repite, un cortejo con honores fúnebres, el sonoro toque de un corneta y la bandera del Perú entregada a la viuda y huérfanos que no encuentran consuelo a su dolor ¿ alguna vez se podrá tomar decisiones serias y efectivas, para detener esta rutina?. Porque cuando un hecho de esta naturaleza ocurre, y un policía fallece ó queda gravemente herido, las autoridades públicas y las instituciones del Estado anuncian nuevas y severas medidas para combatir el crimen. Estas reacciones desenfrenadas y desordenadas que son ampliamente publicitadas por los medios de comunicación, actúan como paliativos para acallar la coyuntura del momento, pero en el fondo no guardan la seriedad ni la urgencia que reclama la sociedad, y por ende, se pierden en el tiempo y quedan solamente como expectativas y buenas intenciones. Lo cierto es, que la situación ha llegado a un límite intolerable, un Estado que no puede garantizar la mínima seguridad de sus habitantes, no cumple su función como tal. De nada vale la severidad de un plan ó ajuste económico para mantener la estabilidad financiera del país, si cada día la sociedad se siente más desprotegida.